ESTUDIO DE ARTE JUAN ARROYO SALOM

En este espacio podrás conocer más sobre mi trayectoria como artista multidisciplinar y las distintas técnicas que utilizo. Desde mis inicios en la Universidad del País Vasco hasta mi doctorado en Granada, la pintura ha sido mi forma de expresión. Te invito a explorar mis trabajos y encontrar piezas que resuenen con tu propia visión.

Mis comienzos en el mundo del arte.

Mis comienzos en el mundo del arte tuvieron lugar hace ya cincuenta años. En la Escuela de Artes y Oficios de Palma de Mallorca, de la mano del entonces recién licenciado Tomás Horrach, a quien siempre agradeceré que fuese la causa de que el veneno de la pintura se inoculara en mí de una manera definitiva e irreversible. Estoy encantado de que aquellos comienzos tuvieran su base en el dibujo, dibujo, dibujo.

La Escuela de Artes y Oficios era un lugar entrañable que siempre permanecerá en mi memoria y cuyo olor, mezcla de pintura y leña quemada, tengo grabado, todavía hoy, en la retentiva de mi pituitaria.

Estéticamente era un lugar que daba pie a soñar y a imaginar miles de historias que han quedado latentes en sus salas de dibujo de techos altos, suelos de madera crujiente y desgastada, luz tenue y filas de borriquetes y caballetes con sus tableros, así como cientos de modelos de escayola. No puedo olvidar aquella estufa de leña, de forma cilíndrica, hecha de chapa de hierro, colocada sobre una base metálica en el centro de la sala y que había que alimentar y azuzar constantemente; tenía un largo tubo de chimenea que se perdía entre las vigas del alto techo. Todas las salas incluían su estufa. Pasé siete preciosos años en aquel Santuario del Arte, interrumpidos esporádicamente por cortos periodos de tiempo de un inútil servicio militar. Tenía yo veintiún años de edad cuando salí de allí.

A los veinticuatro años recalé en otro Santuario del Arte, la Escuela de Raffaello en Urbino, Italia. Allí aprendí y aprehendí las técnicas del grabado en los cursos oficiales a lo largo de tres años; posteriormente trabajé en estamperías privadas, donde pude desarrollar técnicas como la litografía, que en mi estudio no era posible acrecentar. Aquella escuela estaba ubicada en el interior del Palacio Ducal donde el Ducca Federico de Montefeltro había gobernado durante largos periodos, en una época medieval tan entrañable como horrible, lo cual colaboraba en la transpiración poética del aprendizaje, contribuyendo a cronificar el talante adquirido.

Mi dedicación a la pintura y al grabado, poco menos de exclusiva y próxima a ser obsesiva, me llevó a exponer mis obras casi en toda España, con algunas incursiones en el extranjero, no siempre con éxito, lo que hizo que profundizara más y más en la depuración de lo aprendido y aprehendido a lo largo de mi paso por los distintos Santuarios del Arte.

De tal impregnación, mi paso posterior por la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, en la década de los ochenta, no fue sino poco más que un mero trámite burocrático; unos años de estudio que apenas dejaron huella, resumidos en un escueto título académico, en una licenciatura sin mayor uso práctico tal vez por el apoyo de la envidia y de la mediocridad de quienes tomaban las decisiones. En una facultad mediocre y teñida de envidia entre los propios docentes.

Fue poco más que la última satisfacción de ver formalizada una situación de hecho. Como lo fue también la tesis doctoral por alcanzar el cum-laude soñado para cerrar una etapa y concluir con lo empezado.

Aquel apoyo de la envidia que he mencionado más arriba, me llevó a tener que defender mi tesis en la Universidad de Granada, ya que en Bilbao se me vetó esa posibilidad por causas hoy todavía sin esclarecer y que no se esclarecerán nunca.